Escucho los acordes del mediodía
cabalgando en mi cerebro sobre sus prados verdes y azules fosforescente y una tierra siena a lo lejos viste y calza mi soledad.
Atribuyo al sol la potencia de mi plexo
orgasmo nunca total que sumerge su húmeda mirada en una noche ultramar y negra escupiendo su color a mi pupila resquebrajada, anonadada; enamorada de su propio ser:
VER. . . a través de las murallas;
Y ser presa del espanto
ser presa de la luz cegadora
ser presa de mi misma
ser presa del dolor retorciendo mis músculos y quemando los huesos de un cuerpo recién llegado de los fondos de la tierra y sanando sus magulladuras,
ser presa del viento que afiebra los pulmones de mis sienes a punto de estallar sobre alguien que no soy yo, sino aquel autorretrato que como una mascara me hace estar atrás, a mi ; la real, si la realidad se entiende por una interna.
Atrás, el estado que me subyace enciende la fogata bermellón y roja de la vida y me une a ella como mi obra a mi vida, obra que soy.
Y esa fogata incandescente coronada por estrellas como puntos luminosos y temblorosos entre los vientos gélidos; sangre del espacio, venas entrecruzando sus cuerdas ardientes sobre los mares y las tierras habitadas por humanos, tendrá la recompensa de la poesía hecha vida, de lo mas cercano al verbo hecho materia o el verbo materia o el verbo carne, la obra y la des sobra, por ultimo; yo y mi obra en unión irrenunciable a cualquier condición del plano relativo.
Enero-febrero del 2008.
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